En otros países se admira y se respeta enormemente la figura del empresario.
En España, por desgracia, no sucede lo mismo.
Incluso, desde determinados sectores, se pretende denostar su figura, presentándolos como ricos sin escrúpulos que han obtenido su fortuna a base de privilegios y de explotar laboralmente a sus empleados. Un completo disparate.
Favorecer la actividad empresarial es clave para el buen funcionamiento de la economía. Todas y cada una de las fuentes que adornan las plazas, rotondas, parques o calles de nuestros pueblos y ciudades tienen un mecanismo de funcionamiento similar. Se trata de agua que recircula dentro de un circuito cerrado: el agua es expulsada al exterior por los chorros impulsores, cae por la fuerza de la gravedad dentro del perímetro de la fuente, se recoge en el depósito de la misma y se conduce de nuevo hacia los chorros utilizando una bomba.
Es fundamental que los Estados creen las condiciones necesarias para que los empresarios puedan desarrollar plenamente su actividad.
Es evidente, pero, para que una fuente pueda funcionar, hay un paso previo que es fundamental: hay que llenarla de agua. Agua “nueva” que, posteriormente, recirculará por los distintos conductos y mecanismos de la misma.
Con la economía de un país pasa lo mismo. Una economía que funciona es aquella en la que el dinero cambia de manos, recirculando entre los diferentes actores que forman parte de la misma, generando con ello beneficio para todos. La riqueza de un Estado proviene del dinero que recauda con los tributos que se aplican a ese dinero que circula dentro de ese circuito económico. Pero es evidente que, al igual que sucede con las fuentes, el circuito ha de ser llenado primero.
Los empresarios y los autónomos son los encargados de proveer ese dinero “nuevo” al circuito económico. Su actividad es la que genera la riqueza de la que luego se beneficiará todo el sistema. Por ello, es fundamental por parte de los Estados crear las condiciones necesarias para que los empresarios puedan desarrollar plenamente su actividad. Así como favorecer la creación de nuevas empresas y negocios, apoyando y facilitando la labor de los que hoy día tienen la valentía de emprender una nueva aventura empresarial.
El Ministro de Hacienda y Administraciones Públicas ha hablado recientemente en el Congreso de los Diputados acerca de cuánto tributan las empresas, y sus palabras han sido rápidamente rebatidas por Aedaf (Asociación Española de Asesores Fiscales). La diferencia entre el dato ofrecido por uno y otros es enorme: según el Ministro tributan al 7% y según la Aedaf al 26,8%. En el actual contexto económico no parece muy aconsejable una subida de impuestos al sector empresarial (que es lo que parece que se está preparando): ello provocaría mayor recaudación dentro del circuito, sí, pero a costa de quien lo provee de fondos.
Según la Asociación Española de Asesores Fiscales, las empresas tributan al 26,8%.
Las empresas no son entidades con fines altruistas ni los empresarios trabajan “por amor al arte”. Es evidente. El beneficio económico es el fin que persigue cualquier actividad empresarial, nadie crea y mantiene una empresa si no es para ganar dinero. Pero ello no convierte a sus propietarios en diferentes respecto del resto de actores que participan de la actividad económica de un país, como los trabajadores por cuenta ajena, los funcionarios o los políticos, por ejemplo. Todos trabajamos a cambio de dinero. Y a todos, sin excepción, nos gusta que esa remuneración sea lo más alta posible.
Y dicha remuneración que alguien recibe a cambio de su trabajo lo normal es que sea proporcional al tipo de actividad que realiza. Esto depende de múltiples factores: especialización, cualificación, formación, duración, oferta y demanda, riesgo asumido, localización geográfica, etc… El empresario, de nuevo en este caso, no es una excepción al resto de participantes en el mercado laboral. Un trabajador más cualificado que otro es lógico que obtenga un salario mayor, por ejemplo. O quien en una empresa o administración pública ocupa un cargo de mayor responsabilidad debe cobrar más por ello que otro que no carga con dicha responsabilidad. Por la misma regla de tres, alguien que innova, que arriesga, que se juega su patrimonio, que se endeuda, etc.. a la hora de desarrollar su actividad empresarial tendrá que tener a cambio un retorno económico que compense todo ello. Exactamente igual que los demás.
Hay que normalizar el concepto que se tiene del empresario, sobre todos de los grandes empresarios.
Los beneficios del empresario proceden del retorno de la inversión realizada y del riesgo que ha asumido. Son la contraprestación por un esfuerzo desarrollado y por un trabajo realizado. Ni más ni menos. Además, es necesario reconocer su aportación fundamental a la economía, mediante los puestos de trabajo que generan y los tributos que pagan a través de sus rendimientos personales, exactamente igual que todos los demás, y también a través de sus empresas.
Pensemos en una fuente a la que no se añade agua regularmente, se acabaría secando seguro. Pues imaginemos, del mismo modo, un país sin tejido empresarial. Sería un erial económico.
AUTOR: Ignacio Moreno, director comercial de Bioprofe.